Cae la noche sobre Kiev

Artículo de Opinión de Abel Veiga, profesor de Derecho Mercantil de la Universidad Pontificia de Madrid
Una densa atmósfera plúmbea e irrespirable de tensión y nervios se cierne sobre la noche en Kiev, pero también en Jarkov y en tantas y tantas ciudades ucranianas ante el vómito de fuego y sangre que el ejército ruso, sin piedad, sin justificación, sin razón, desencadena sobre las ciudades y poblaciones, conocedoras que hay población civil indefensa. No cabe mayor atropello ni aberración. ¿Cuántas muertes necesita Moscú? Y cuál es el precio al que está dispuesto porque llegará el mismo? Violadas toda norma, toda regla, todo status, todo límite, la vida humana se fragiliza a un extremo que los europeos sienten como nunca. No importa Siria, ni Irak, ni el conflicto palestino-israelí. A estas víctimas las sentimos cerca, casi de los nuestros. Europeas. Hemos reaccionado antes que en los años noventa ante las limpiezas étnicas de Milosevic y sus secuaces, para vergüenza de aquellos años. Aplaudimos en la cámara a Zelenski pero no hacemos nada más o poco más se puede hacer ante el miedo que zozobra y titubea por la amenaza nuclear.
Caen los días y caen las noches acumulando muerte y destrucción, heridos y desolación. Familias enteras o rotas han tenido que separarse y huir de la barbarie rusa. Apagones informativos. Guerras también asimétricas en información y ciberseguridad. Bombardeos casi en directo para las televisiones del mundo. Columnas interminables que juegan a la presión sicológica. Para sorpresa de todos los ucranianos en un ejercicio increíble de solidaridad y dignidad nacional e identidad plantan cara al invasor. Enarbolan su bandera, su independencia, su soberanía y su libertad. La sorpresa rusa es que han resistido heroicamente. Y que la gran maquinaria bélica se atasca, sus redes de abastecimiento sufren y sus arsenales desmenuzan y cauterizan la vida y la muerte. Pero les privan de razón, de justificación, de dignidad y credibilidad. Putin castiga a Ucrania, pero también castiga con estos hechos criminales a su propio pueblo, su presente y futuro. La indignación crece, se agolpa, también intramuros pero la represión y la censura hacen su purga. Viejos métodos estalinistas y comunistas que recorren aún ciertos adns del poder y las oligarquías corruptas que se quedaron con el fracaso soviético y los medios de producción. Europa se rindió ante su poder, sus dólares y sus multimillonarias inversiones. Regaló incluso nacionalidades y miró hacia otro lado en sus negocios y su origen.
Moscú es consciente del aislamiento y rechazo internacional salvo dos o tres gobiernos títeres y represores en América Latina y Corea del Norte. China es tibia ante los hechos. Espera su momento y hará caja además posicionarse con un rostro diferente pero hechuras semejantes. La situación económica en Ucrania es dificilísima, pero Rusia también empieza a sentir la exclusión y sanción financiera económica sobre todo europea y norteamericana que ahora sí, en un ejercicio de cinismo extremo si pone en cuestión la riqueza de los jerarcas y oligarcas rusos mientras hasta el momento miraba a un espléndido oportunismo de intereses. La presión viene sobre todo de la fuga de empresas y acreedores que ven frustrados sus vías de negocio y sobre todo, de cobro, al tiempo que bolsa y rublo se desploma. La Unión Europea esta vez sí ha aprendido otra amarga lección de la historia, con dictadores no se contempera ni se negocia. La lección nazi se repite ahora en forma de Sudetes y Polonia, pero esta vez, Ucrania, con amenazas veladas a Finlandia y Suecia. Juega a la solidaridad y al apoyo verbal y tímido en otros ámbitos no solo económicos, pero no admitiría por vía urgente ni regular a Kiev en el club de los 27, al menos de momento y mientras Putin controle, recte, detente, el poder.
Vivimos un momento de una frivolidad extrema y un desprecio absoluto a las normas de la convivencia, el respeto, la pluralidad y sobre todo, la libertad. Décadas de totalitarismo y un nacionalismo rescrito a base de falsedades y grandezas de un pasado efímero y errático, deparan una visión distorsionada de la realidad y del poder. El mundo debe perder el miedo a Moscú y a las diatribas verbales de presidente ruso. Nadie jugará a pulsar botón alguno, pero sí a probar nuevo armamento. Hay miedo de las bombas de vacío, como antes eran de racimo y de los nombres que la industria armamentísica ha proferido y llenado arsenales y enriquecido al extremo.
Cae la noche sobre Kiev, pero también lo hace sobre la vieja Europa que vuelva a enfrentarse a sus viejos demonios. No quedan atrás. Están ahí, enraizados aún entre nosotros y erosionando nuestras democracias ante nuestra propia pasividad y silencio. Hoy todos nos sentimos próximos al débil, al violado, al atacado, al humillado, al asesinado, al herido. Hoy nuestra aflicción y congoja amén de estupor se quiebra ante lo despiadado de unos ataques y una violencia desmedida. Ante la mentira y la patraña que emplean con total cinismo y despotismo líderes que cambian a su antojo el destino del mundo y de nuestras libertades mientras niegan los derechos humanos y la propia libertad a su pueblo. Mientras encarcelan a todo disidente o apagan la voz a quién hable, escriba o publique otro relato contrario al oficial del poder. La historia no es benévola con criminales. Ni los ensalza. Ni tampoco acepta tener una venda perenne frente al atropello y la indignidad moral de algunos dirigentes que secuestraron o torcieron o engañaron la dócil voluntad de sus pueblos que se recostaron ante la soberbia propia y quisieron cambiar los renglones de la historia con miles de muertes o millones a sus espaldas. No, no voy a filosofar de guerras justas o no, toda guerra es muerte, es destrucción, es el fracaso de las sociedades de ese momento condenando a las venideras si no son capaces de aprender esas lecciones. Hoy todos aprendemos a costa de Ucrania porque la libertad está siendo mancillada y arrastrada por el fango de los déspotas y cínicos que se creen dueños de la vida y del presente. Cae la noche en Kiev pero también en todas nuestras democracias porque es nuestro sistema el que se destruye.