La defensa de la mujer: cómo el caso de Turquía revela un riesgo latente

Artículo de Opinión de Isabel Estrada Carvalhais, Diputada en el Parlamento Europeo
El pasado día ocho de marzo, el mundo celebró el Día Internacional de la Mujer. Celebró, como quien dice… Porque poco o nada se celebra un día que es, sobre todo, para recordar lo mucho que aún falta por cumplir para alcanzar la dignidad de la mujer, sea en el espacio público, sea en el espacio laboral, sea en el espacio doméstico, en su empoderamiento político, en el acceso a sus derechos reproductivos, a la educación, en el tratamiento igualitario en materia salarial. Y, sobre todo, en lo que respecta a la violencia física y psicológica que destruye la vida de millones de chicas y de mujeres por todo el mundo.
Finalizado el día 08 de marzo, volver a hablar de la lucha de las mujeres hace que muchos sientan lo que sentimos cuándo alguien aun mantiene las luces de Nadal en los balcones, cuando ya se está más cerca del carnaval del que otra cosa. Parece ya fuera de contexto, un despropósito. De un día para lo otro, deja de ser tema, porque cada día del año parece reservado la tantas otras efemérides de igual importancia, o similar.
Ahora, para quien pueda tener esa sensación de que hoy, hablar del Día Internacional de la Mujer, suena ya a noticia vieja, fuera de época, que solo vuelve a tener su timing de aquí a casi 12 meses, déjenme recordar porque todos los días deben ser días de lucha por la dignidad de la mujer: este pasado sábado, día 20, Turquía anunció su retirada de la Convención de Estambul. La Convención de Estambul es uno de los más importantes marcos en el cuadro jurídico internacional en defensa de la mujer, precisamente por tratarse de la Convención para la prevención y combatir la violencia contra las mujeres. Turquía fue el primer país firmante, acto de enorme simbolismo que muchos interpretaron como la tentativa de Erdogan de seguir con su ‘Nueva Turquía’, mas sin dar la espalda completamente a Europa, a Occidente (al que Turquía también pertenece, no nos olvidemos) y a los valores de los Derechos Humanos, de entre los cuales emergen naturalmente los derechos de las mujeres.
Serán, por cierto, diversas las lecturas políticas que se pueden hacer en el sentido de explicar el anuncio de esta decisión por parte de Erdogan. No olvidemos por ejemplo, que su proyecto político conocido como la ‘Nueva Turquía’ parece perder algún fulgor junto de sus simpatizantes y potenciales electores – cuanto más no sea porque el éxito del proyecto está, desde su lanzamiento en 2007, dependiendo de la performance económica interna de Turquía – y tal podrá explicar la necesidad de medidas que refuercen los lazos con los sectores sociales más conservadores y religiosos, adeptos de la islamización de la sociedad y de una lectura de la mujer que la reconduzca al hogar y al seno de la familia, visto como su espacio, su hábitat natural.
Sean cuáles fueran las explicaciones, esta es una decisión que representa un retroceso inmenso en la lucha por la dignidad de las mujeres en Turquía, y que crea las condiciones para legitimación de lo que venía ya siendo una tendencia visible en la sociedad turca: el aumento del femicídio, y el aumento de casos de violencia conyugal.
De acuerdo con la Plataforma “we will stope Femicide” (Nosotros vamos a acabar con el femicidio), 409 mujeres turcas fueron asesinadas en 2020, y desde el inicio de este año, se cuentan ya más 77.
En este sentido, la retirada de la Turquía de esta importante Convención, se reviste de un gran simbolismo, y más de este hecho, muy negativo, pues viene a confirmar la línea conservadora de Erdogan en relación al papel de subalternidad de la mujer en la sociedad, dando fuerza a los movimientos tradicionales que defienden el regreso de la mujer al hogar, y disminuyendo significativamente la fuerza y la capacidad de acción de las asociaciones y grupos de mujeres turcas que defienden el empoderamiento y liberación de las mujeres.
En cuanto al gran argumento para justificar el abandono de la Convención, este se erige sobre todo con una línea de pensamiento que también ha crecido entre las extrema-derechas europeas: la idea de que la sociedad está siendo dominada por la ideología de género, y que en el camino de la defensa de los derechos de las mujeres, crecen las comunidades LGBTIQ, las cuales buscan el dominio de la sociedad por la imposición de la ideología de género. En otras palabras, para las corrientes conservadoras de extrema-derecha, hay el peligro de una creciente “ gayzación” de la sociedad, a la par del que creen ser una propaganda de normalización y glorificación de la homosexualidad que es contraria a su interpretación de la familia tradicional. Este es el racionamiento que encontramos en el ultraconservadorismo del gobierno turco, cuyo lema ‘Familias fuertes, sociedad fuerte’ se siente desafiado por lo que considera ser una amenaza a la santidad de la familia. Recordemos que Erdogan, apela continuamente a la imagen de la mujer como cuidadora por excelencia y exorta las mujeres a tener tres hijos, cumpliendo así con su vocación natural de madres.
A propósito de cómo la lucha de las mujeres afronta continuamente formas que buscan vaciarla de sentido, de relevancia y de actualidad, hay un otro aspecto que me gustaría resaltar, pues creo que ayuda a entender el espacio donde se albergan algunos equívocos sobre lo que significa una sociedad justa para con las mujeres. Pocos entre nosotros dudarán que la presencia de mujeres como diputadas en los parlamentos nacionales, regionales y locales de un país, es de los mejores datos para la verificación del nivel de presencia de la mujer en una sociedad. Con todo, es siempre importante tener en mente que tal presencia puede no ser, por sí misma, reveladora de una sociedad igualitária en el tratamiento de las cuestiones de género, ante la respuesta de la propia estructura conservadora, como forma de limitar, y hasta si es posible vaciar, el discurso y la acción reivindicativa de las mujeres. Es precisamente ese el caso de Turquía. Desde 1934, año de la consagración constitucional de los derechos políticos de las mujeres turcas, nunca como hoy estuvieron tantas mujeres sentadas en el parlamento turco (17,29%, o sea, 101 en 584 diputados). El partido con más mujeres es el HDP (principal partido de oposición y pro-kurdo, con 23 mujeres en 56 diputados), seguido del CHP (partido republicano de inspiración kemalista y el más antiguo partido turco). Y en tercero lugar, emerge el propio partido del gobierno y del presidente Erdogan, el AKP, con 54 mujeres en 289 diputados.
¿Qué nos dice esta creciente presencia de las mujeres en el parlamento turco? Por un lado, los dice que el espacio político tiene que continuar siendo reclamado por las mujeres para de ahí proyectar y realizar otras luchas por la igualdad y dignidad intersectorial de todas las mujeres. Por otro, nos dice que el espacio político abierto a las mujeres puede también ocultar formas de procurar vaciar su lucha, no siendo raras las veces en que las voces más conservadoras se encuentran precisamente entre mujeres captadas por los partidos más conservadores. Tema sin duda para una otra reflexión, en otra oportunidad.